El Palacio Rejadorada, también conocido como Palacio de Monroy y Casa Samaniego, es uno de los Palacios con mayor valor histórico de cuantos se conservan en la ciudad de Toro, provincia de Zamora.
El origen del nombre de Palacio Rejadorada se remonta a 1476. En ese año se libró la Batalla de Toro, dentro de la Guerra de Sucesión Castellana (1475-1479), donde Isabel La Católica aseguró el trono y la unión de las coronas de Castilla y Aragón.
El 11 de diciembre de 1474 muere el Rey de Castilla Enrique IV, hermanastro de Isabel. A los dos días de la muerte del Rey, el 13 de diciembre de 1474, Isabel se proclamó Reina de Castilla, en base a la legitimidad del Tratado de los Toros de Guisando (1469), en la que se le designó Princesa de Asturias.
Este tratado establecía, entre otros acuerdos, que el matrimonio de Isabel debía realizarse sólo con el consentimiento previo del Rey Enrique IV. No obstante, en 1469 Isabel contrajo matrimonio con Fernando de Aragón, sin el beneplácito de Enrique IV, por lo que este denunció el incumplimiento del Tratado, comenzando el conflicto sucesorio entre Isabel y Juana, conocida como La Beltraneja, hija del Rey Enrique IV.
En 1475, Juana la Beltraneja se casa con el Rey de Portugal Alfonso V y entra en Castilla con su ejército para defender los derechos dinásticos de su esposa.
El 1 de marzo de 1476, las tropas de Alfonso V se encontraron con las tropas de Fernando II de Aragón, en la Vega de Toro, cerca de la localidad de Peleagonzalo.
En esta batalla tuvo un protagonismo destacado Don García Álvarez de Toledo, I Duque de Alba de Tormes.
Durante ese periodo, la ciudad de Toro se encuentra en poder de los portugueses y de los castellanos partidarios de Doña Juana.
Varios toresanos partidarios de la Reina Isabel se reunían en secreto en la casa de Antona García, mujer de Juan de Monroy, gentilhombre y cazador del Rey Juan II de Castilla, (padre de Isabel La Católica y nacido en Toro) para planear la mejor manera de sublevarse contra los portugueses y entregar la ciudad a los Reyes Católicos.
La conspiración fue descubierta y los cabecillas apresados.
El 9 de agosto de 1476, Antona García fue ajusticiada ahorcada frente a la puerta de su casa, mientras proclamaba con sus últimas palabras su fidelidad a los reyes Fernando e Isabel. Su cadáver fue colgado en la reja de su casa como escarmiento.
Su ejecución fue un castigo que quiso servir de ejemplo, y trató de ser un acto vejatorio, ya que la mujer de un hidalgo no podía ser ajusticiada de esa manera.
Cuando la ciudad fue liberada de los portugueses, y la Reina tuvo conocimiento de estos hechos, a los nueve días de la muerte de Antona García, la propia Isabel fue a la casa de los Monroy y mandó dorar la reja de su casa para que quedase en la memoria de los toresanos el valor y coraje de Antona.
Y en honor a su fidelidad y valentía, y en desagravio por su sacrificio, los Reyes Católicos concedieron a sus cinco hijas, Leonor, Catalina, Isabel, María y Antonia y a todos sus descendientes tanto por línea masculina como femenina, el privilegio perpetuo de transmitir hidalguía lo que conllevaba una serie de privilegios y ciertas exenciones de tributos y franquezas.
Este privilegio excepcional se prolongó durante más de 400 años, hasta la llegada de los avances sociopolíticos liberales del primer tercio del siglo XIX.
CARTA OTORGADA
POR LOS REYES CATOLICOS A ANTONA GARCIA
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Por cuanto Antona García, mujer de Juan de Monroy, vecina de esta ciudad de Toro, acatando la lealtad y fidelidad que nos debía y era tenida y obligada así como a sus reyes y señoríos naturales y el grande amor y buen celo que tenía a nos y a nuestro servicio, trató con algunas personas de la dicha ciudad de Toro que Nos hubiésemos entrada en ella por cuanto nos la tenía ocupada el adversario de Portugal y algunos otros de su opinión; y como vino a su noticia del dicho adversario, mandó hacer justicia de ella públicamente; y Nos, habiendo acatamiento y consideración como la dicha Antona García murió por nuestro servicio y asimismo porque a los reyes y príncipes es propio de remunerar y conocer los servicios de los sus leales y súbditos y naturales y servidores, y porque de ella y de sus descendientes quede noble memoria, por ende, por hacer bien y merced a vos, los hijos e hijas legítimos que la dicha Antona García dejó, y a los maridos de las dichas hijas de la dicha Antona García que con ellas casaren y son casados con ellas y a los hijos e hijas de ellos y a los maridos de ellas, queremos y es nuestra merced y voluntad que vosotros y cada uno de vos y de ellas seáis francos y libres y quitos y exentos y gocéis de todas las franquezas y libertades y exenciones contenidas en el privilegio que los de Valderas tienen (…) Dada en la ciudad de Toro a veinte y cuatro días de noviembre, año del nacimiento de nuestro salvador Jesucristo de mil y cuatrocientos y setenta y seis años.
Yo el Rey. Yo la Reina. Yo Fernando Álvarez de Toledo, secretario del Rey y de la Reina, nuestros Señores, la hice escribir por su mandado.
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Antona García está enterrada, junto a su esposo Juan de Monroy, en la Iglesia de San Julián de los Caballeros, próxima a su casa, tal y como lo dispuso ella misma en su testamento, la víspera de su ejecución.
El renombre conseguido por Antona García y el privilegio de sus descendientes permaneció en la cultura popular durante siglos, siendo citada en varias obras de autores clásicos como Tirso de Molina (Antona García, 1622), Rodrigo Caro (Diálogo de Días geniales o lúdicos, 1626), o José Cañizares (La heroica Antona García, 1755)
Su condición de mujer, de origen humilde, su carácter y las acciones que realizó en defensa de Isabel la Católica, eran insólitos para lo que se esperaba de una mujer de aquella época. Su forma de morir, ofreciéndose la primera en ser ahorcada mientras daba ánimos a los demás condenados, y el privilegio perpetuo, otorgado póstumamente por los Reyes Católicos, para todos sus descendientes masculinos y femeninos, la terminaron convirtiendo en una heroína popular admirada durante siglos.
TESTAMENTO DE ANTONA GARCIA
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In dei nomine amen. Sepan cuantos esta carta de testamento vieren cómo yo, Antona García, mujer de Juan de Monroy, vecina de la Ciudad de Toro, temiendo la muerte pero estando en pie levantada, en todo mi sano seso y entendimiento, hago y ordeno mi testamento a servicio de Dios y de la Virgen Gloriosa Santa María, su Madre, con toda la Corte del Cielo.
Primeramente encomiendo mi ánima a mi Señor Jesucristo, que la compró y redimió por la su Santa y preciosa sangre, que por la su Santa Piedad y Misericordia la quiera perdonar y la lleve a la Santa Gloria del Paraíso, y mando mi cuerpo a la Iglesia de San Julián de la dicha Ciudad de Toro, en el coro debajo de la lámpara (…) Y dejo por mis terceros y ejecutores de este mi testamento a Pedro Fernández, cura de San Julián, y a Juan de Pedrosa, juntamente a los cuales doy mi poder cumplido para que entren en todos mis bienes y de los mejores parados cumplan y paguen el testamento y paguen lo en él contenido del día de mi fallecimiento hasta un año cumplido.
Y en todos los otros mis bienes muebles y raíces dejo por mis legítimas herederas a Catalina y María y Leonor y a Isabel y Antonia, mis hijas…
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Durante el Siglo XIX, El Palacio Rejadorada o Palacio Samaniego fue la casa donde vivió el filántropo D. Pedro Celestino Samaniego, fallecido el 10 de marzo de 1853.
Fue Arcipreste, Arcediano y Dean de la Catedral de Zamora, Provisor y Vicario General del Obispado, y fundó la Obra Pía que lleva su nombre, institución benefactora, a la que dotó de numerosas fincas, entre cuyos fines iniciales, entre otros, era “prestar a los labradores de Toro necesitados, de trigo para la sementera, sin réditos ni creces, con la única obligación por parte de los socorridos de devolverlo después de la recolección”.
Con motivo del centenario de su muerte y en agradecimiento de su legado altruista, el Ayuntamiento de Toro a través de una suscripción popular, encargó en 1955 un busto al escultor Ramón Abrantes.
El busto se encuentra actualmente en la Plaza de San Francisco de Toro. En la terraza del Palacio donde vivió, también se conserva una réplica del busto de este benefactor de la Ciudad de Toro.
D. Pedro Celestino de Samaniego está enterrado en la Iglesia San Julián de los Caballeros, donde se puede ver su sepulcro.
El Palacio es de principios del siglo XIV. A finales del siglo XV fue rehabilitado por el nieto de Juan de Monroy, el bachiller Pedro de Monroy Mayorga. En 2006 se transformó en la posada Palacio Rejadorada.